El duelo por la pérdida de nuestro animal
Perder a nuestro animal nos rompe por dentro.
Por eso, consciente del dolor que ello causa, he entrevistado a Cristina Cuesta, psicóloga especialista en duelo animal (col. 25761), que nos da las claves para entender este proceso.
Cristina es psicóloga con formación en duelo e inteligencia emocional, con más de 3 años de experiencia acompañando a personas que están transitando un duelo, la mayoría de ellas, respecto a animales. Ha dado talleres, formaciones y charlas sobre este tema.
De hecho, hace muy poco, ha publicado el libro «Diario de un duelo animal, aprendiendo a vivir sin ti», disponible en Amazon o contactando directamente con Cristina, para gestionar la compra y el envío.
El libro está dividido en dos partes: La primera parte es más personal, es el diario de lo que Cristina ha vivido con el duelo de su perro Sven; y la segunda parte corresponde a lo que ella sabe como profesional respecto al duelo, sus fases, etc.
En mi opinión, esta entrevista es una caricia para el alma.
Espero que te guste y te sirva.
Antes de nada, ¿qué es el duelo?
Un duelo es un proceso natural que se da ante la pérdida de alguien o algo a lo que estamos vinculados emocionalmente. Además, el duelo conlleva una serie de respuestas emocionales, físicas y cognitivas que no debemos ni podemos evitar.
Como proceso natural, se inicia de forma automática en un determinado momento y tendremos que vivirlo, queramos o no queramos, para poder trascender, abrazar e integrar la pérdida de aquello que hemos perdido.
Eres psicóloga especializada en duelo animal, ¿desde cuándo te dedicas a ello? ¿Cómo surgió?
La verdad es que, como casi todo lo importante que me ha pasado en mi vida, ocurrió sin planearlo. Cuando acabé el Grado en Psicología, no sabía qué hacer. La Psicología es un campo muy amplio y, como a todos, hay partes que me atraen más y partes que me atraen menos.
Yo siempre he sido una persona con una fuerte conexión con mis emociones y, sin embargo, en la carrera no hablamos de ellas más que de pasada. Empecé a buscar formaciones en Inteligencia Emocional y di con un postgrado que decidí, casi por impulso, realizar.
Una vez allí conocí a un grupo docente y a un grupo de compañeras y compañeros que me hicieron aprender y vivir cosas que agradeceré siempre. Los mismos profesores daban, al año siguiente, el Postgrado en Duelo y no pude evitar apuntarme.
Si te soy sincera, cuando decidí formarme en duelo no lo hice para dedicarme a ello, sino porque mi relación con la muerte era como la de la mayoría: huía de ella y temía la pérdida de mis seres queridos de tal forma que, a veces, era incapaz de disfrutar de los momentos bonitos por el miedo a no volver a vivirlos.
Esto se acentuaba aún más con mis animales, ya que ellos suelen vivir menos que nosotros y me daba terror perderlos.
Este postgrado transformó mi relación con la muerte y, además, me transformó a mí. Cuando lo terminé, tenía muy claro que quería ayudar a personas que pasaban por el duro trance de perder a alguien que amas.
Mi amor por los animales y la pérdida de Ayla, mi compañera canina, mientras cursaba el postgrado, me llevaron inevitablemente a trabajar con el duelo animal.
Al hacerlo, descubrí que en España y en el mundo en general hay muy pocos psicólogos que se dediquen al duelo y todavía menos que acompañen en duelo animal.
Y esto ha acabado convirtiéndose en parte de mi objetivo vital: visibilizar y naturalizar al duelo animal, acompañar a personas que lo necesitan y que han perdido a su amado amigo canino, felino o de la especie que sea y formar a profesionales de todos los campos para que puedan estar en un momento así de la mejor manera posible.
¿Hay algo que lo diferencie del duelo entre humanos?
Como proceso, un duelo es igual sea por la pérdida de quién sea, porque lo que va a marcar el alcance de tu tristeza y de tu dolor no es que hayas perdido a un animal o a una persona, sino la intensidad del vínculo que te unía al ser que ha fallecido.
Los vínculos que creamos con nuestros animales son profundos, fuertes y regados de un amor incondicional y de una aceptación que no solemos encontrar en otro lado.
Esto hace que, al perderlos, el duelo que se inicia sea potente, con respuestas del duelo muy intensas y que, a veces, no sólo asusta a quién lo vive, sino también a las personas que están a su alrededor.
Sí que es cierto que el duelo animal tiene un componente que, todavía, no tenemos en el duelo por las personas: los responsables de nuestros animales podemos decidir cuándo finaliza su vida, en caso de enfermedad o vejez muy avanzada y siempre y cuando nuestro animal esté sufriendo.
Aunque esa decisión sea meditada y sepamos que no hay nada más que hacer por ellos más que dejarlos ir, ese acto final añade una gran carga de culpa que, muchas veces, somos incapaces de gestionar por nosotros mismos.
¿Qué es lo primero que le dirías a alguien que acaba de perder a su animal?
En esos momentos hay muy poco que decir y nada que pueda paliar el dolor y la tristeza por lo que acaba de ocurrir.
Acostumbro a recomendar pocas palabras y mucha presencia, ya que la mayoría de personas que acompaño, yo también cuando ha sido mi momento de perder a mi animal, no he querido que me hablaran, sólo que me acompañaran.
Pero hay palabras que, si son reales, si nacen desde el corazón, hacen que la persona sienta que es comprendida y respetada. “Qué duro lo que te ha pasado”; “Estoy aquí para ti”; “Dime qué puedo hacer por ti”; “Perder a alguien a quién quieres tanto duele muchísimo”.
Por otro lado, hay cosas que es mejor evitar, porque no ayudan a la persona que acaba de vivir la pérdida, aunque a nosotros nos parezca que sí. Hablar de nuestras pérdidas y de cómo las hemos superado no suele ser útil.
Tampoco decirle a la persona lo que tiene que hacer o no validar cómo está llevando su duelo.
Y, mucho menos, decirle frases como “él o ella no querría verte así” o “tienes que hacerlo por él o ella”. Son frases bienintencionadas que suelen provocar más dolor.
¿Y si ya ha pasado un tiempo?
La clave del acompañar es hablar poco y ESTAR mucho, entendiendo estar como ofrecer y regalar nuestra presencia. Cuando acompaño, claro que hablo, pero escucho más que hablo.
¿Qué necesita tu amiga o amigo, tu madre o padre, tu hermano o hermana, o cualquier otra persona cercana a ti que ha perdido a su animal hace unos meses?
Primero de todo, no sentirse juzgado o juzgada. Todas las maneras de transitar los duelos son válidas, coda quién lo hace a su manera y está bien que sea así. Todos acabamos encontrando nuestro camino, por muy difícil o imposible que nos pueda parecer.
De nuevo, lo mejor es regalar presencia y afecto y estar para lo que la otra persona necesita. Y, no hay que olvidar, que estar no es siempre ir a la casa de esa persona que vive a dos horas o con la que no coincido en horarios.
Estar también es mandar un mensaje de buenos días interesándote por él o ella o, simplemente, un “me acuerdo de ti y me importas”. Esas cosas que parecen tan pequeñas son las más grandes.
Hay que saber que muchas veces, en algunos momentos del proceso de duelo, tenemos tendencia a aislarnos de las personas que nos rodean, por mucho que respeten nuestro proceso y nuestra pérdida y por mucho que nos quieran.
Eso no es un rechazo, no tiene nada que ver con que hayan dejado de querernos o con que decidan que no nos quieren en nuestra vida, sino con el hecho de que, a veces y durante un tiempo, puede que perdamos de vista a los vivos y sólo veamos a los muertos. Es decir, olvidamos lo que sí tenemos y sólo podemos pensar en lo que hemos perdido.
De nuevo, si alguien cercano a ti está en esta situación, lo mejor es respetar su necesidad, no juzgar y seguir estando presente en la forma en la que puedas.
Algún día esa persona volverá a mirar a los que sí que están físicamente y volverá a estar disponible para seguir mirando a la vida en vez de contemplar la muerte.
¿Y si está inmerso en un proceso judicial para intentar que se asuman responsabilidades por lo ocurrido?
Cuando estamos inmersos en un proceso judicial, una parte del trabajo del duelo puede quedar en suspenso. Esto es debido a que emplearemos mucha energía tanto física, como emocional y cognitiva en el proceso que estamos viviendo, en la necesidad de que haya un daño que queremos que sea reparado de alguna manera, en querer buscar culpables, en que alguien se responsabilice de la terrible pérdida que nos ha asolado… y mientras estamos en ello, habrá cosas que surgen en los duelos que no podremos transitar.
Por ejemplo, si estamos pensando en que ha sido culpa del veterinario que no vio lo que tenía que ver, en caso de posible negligencia, difícilmente podremos prestar atención a nuestra propia culpa, porque nuestro foco está en el otro. Y la propia culpa es algo que aparece en todos los duelos, aun no me he encontrado uno en el que no surja, de una u otra manera.
No quiero decir que mientras estamos en este proceso judicial no estemos en duelo o no estemos en proceso de sanar, sino que puede que haya cosas que aplacemos para más adelante porque ahora mismo no podemos atenderlas. Y no pasa nada, está bien así.
El proceso es el que tiene que ser para cada uno, sin que haya mejores o peores formas de transitar esta gran pérdida.
¿Qué diferencias observas si la muerte ha sido repentina o si el animal llevaba ya un tiempo enfermo?
El fallecimiento por enfermedad o vejez, cuando pasamos semanas, meses y a veces años cuidando de nuestro animal, nos da la oportunidad de aportar mucha presencia y agradecimiento a este último tramo de la vida de nuestro amado o amada.
Podremos practicar la presencia, hacer todo lo que necesitemos hacer, decirle todo lo que necesitemos decirle y demostrarle nuestro amor de absolutamente todas las formas que se nos ocurran.
Esto puede ser visto como un regalo ya que cuando nuestro animal muera, no nos quedará nada pendiente, ni un te quiero por decir, ni un perdóname por susurrar.
Ahora bien, las largas enfermedades también son épocas en las que el cansancio es sostenido durante mucho tiempo, porque seguramente hemos pasado noches enteras cuidando de nuestro animal y atendiendo a sus necesidades (cansancio físico), estamos inmersas en una montaña rusa emocional a medida que interiorizamos que se acerca su momento (cansancio emocional) y nuestra cabeza se siente abotargada por la cantidad de pensamientos y preocupaciones que manejamos (cansancio mental).
Por lo tanto, acompañarlos en esta última etapa nos deja, al final de ella, convalecientes, agotadas y con una gran necesidad de descansar.
Por otro lado, perder a nuestro animal de repente, por un accidente o una enfermedad repentina, por ejemplo, supone un shock enorme debido a lo inesperado de la pérdida, con lo cual es el equivalente a habernos dado de frente contra una pared, recibiendo un golpe enorme que nos deja aturdidas y confundidas.
Tardamos más en poder aceptar lo que ha pasado y el tiempo que pasamos lidiando con el “no puede ser no puede ser es mayor. No hemos tenido oportunidad de despedirnos, de hacer todo lo que queríamos hacer y de decir todo lo que queríamos decir y, a esto, hay que sumarle el sentimiento de culpa que nos suele producir no haber podido prever o evitar lo que ha pasado.
Así como en el primer caso podremos hacer un duelo anticipado, que no nos librará del duelo pero que sí facilitará algunos aspectos de éste, en el segundo caso esto no se ha podido hacer y lo repentino de la pérdida hace que sea mucho más difícil de asumir y de aceptar, haciendo que luchemos contra lo que ha pasado y que tardemos más en entrar en otros aspectos del duelo.
¿Cómo lo viven los niños?
El duelo de los niños y niñas suele ser vivido de forma más natural, con menos resistencia, que nuestro propio duelo. Pero, evidentemente, ellos hacen un duelo por su animal fallecido porque, además, el vínculo que un niño o niña crea con su animal es muy intenso y especial, ya que para mí y en esencia, son dos almas similares.
Es importante saber que el duelo que ellos hagan será un reflejo del duelo de los adultos de los que dependen. Si el adulto naturaliza su duelo y sus emociones, si las comparte, será más fácil que el niño lo haga, porque los adultos somos el espejo donde ellos se miran para interpretar el mundo y la pérdida.
Si nos negamos a hacer nuestro duelo, si nos resistimos a lo que sentimos, si consideramos que sentirnos así de mal por la pérdida de un animal no es normal, no está bien, el niño invalidará lo que siente, lo ocultará, se sentirá mal por sentirse así y se castigará por ello.
Por otro lado, también es importante que normalicemos cualquier reacción (en los adultos también) ante la pérdida. A veces los niños reaccionan como nosotros esperamos, con lágrimas o tristeza, pero otras veces pueden tener reacciones que no nos cuadra en el esquema de lo que nosotros pensamos que tiene que ser un duelo.
Pueden enfadarse, pueden irse, pueden ponerse a mirar la TV o a jugar…incluso pueden no reaccionar de ninguna manera y seguir como si no hubiera pasado nada. Hasta esta “no reacción” es una reacción.
Debemos darles espacio y tiempo para que asuman lo que ha pasado y puedan empezar a valorar lo que sienten y, si quieren, compartirlo con nosotros.
Mientras más hayamos hablado de la muerte con ellos, mientras más lo hayamos introducido como un tema más en lo que conocemos como vida, mientras más la hayamos naturalizado, dando espacio para preguntas y emociones, más fácil será el duelo que el niño o la niña tenga que hacer.
¿Cómo afrontamos, como sociedad, la muerte?
Vivimos de espaldas a la muerte; sin embargo, lo único que sabemos desde que nacemos es que vamos a morir, no sabemos nada más.
Tenemos que naturalizar el hecho de morir, lo cual no quiere decir que deseemos morir o que cuando suframos una pérdida de un ser querido no podamos sufrir. La diferencia está en la aceptación.
¿Qué es lo que más se repite en tus pacientes (culpa, si es normal lo que sienten…)?
La culpa es la emoción estrella que más nos angustia. La mayoría de personas a la que acompaño asumen que la tristeza es normal, pero se resisten enormemente a la culpa. ¿Por qué? Porque trabajar la culpa conlleva asumir que podemos haber tenido una parte de responsabilidad en lo que ha pasado y que tenemos que vivir, para siempre, con la incertidumbre de si podríamos haber hecho algo más, de si hicimos lo suficiente o de si era el momento adecuado de ayudarlos a irse.
Pero no podemos olvidar que la culpa es normal dentro del proceso de duelo y que existe por un motivo, cumple una función. Trabajar la culpa, darle espacio, hablar de ella, de cómo nos hace sentir, es parte del inicio del proceso de sanación.
La culpa es natural en un proceso de duelo. No es cómoda de sentir, pero tiene su función. De hecho, suele aparecer en las primeras fases del duelo, y aparece para protegerte en aquellos momentos en los que no estás preparado para asumir lo que ha pasado.
Lo mismo sucede con la negación y la rabia. Es cuando estamos listos para asumir la pérdida, que la culpa, la rabia y la negación van disminuyendo, y dan paso a la tristeza.
Otra cosa que me encuentro de forma habitual es esa sensación de “lo que siento no es normal” porque hay demasiada intensidad emocional en nuestro interior. Siempre intento que las personas recuerden que la intensidad del dolor que sentimos es igual a la magnitud del amor que nos une al animal perdido. Normalizar todo, absolutamente todo, lo que se siente y su intensidad es parte fundamental del acompañamiento a las personas.
Y, por último, otra cosa que se repite de forma común es la culpa pero relacionada con el proceso de adopción de un nuevo animal en la familia.
Siempre surgen dudas sobre si es el momento o no, sobre si seremos capaces de amarlo o no, sobre si estamos sustituyendo… trabajar esto en terapia me fascina, ya que se trata de que la persona recuerde, a su ritmo, que su capacidad de amar es infinita.
Muchas personas tienen miedo a estar sustituyendo; este tema es muy importante porque se puede adoptar a un animal siempre y cuando se sea consciente de que se está trabajando el duelo y de que el animal nuevo no viene a sustituir a nadie. La clave en todo proceso es que puedas escucharte y saber si es tu momento o no de adoptar a un animal.
¿Cómo sabemos que hemos hecho el duelo y que éste ha terminado?
Cuando podemos recordar a nuestro animal desde el amor, desde el agradamiento. Eso no quiere decir que no haya nostalgia, pero ya no es ese dolor que durante mucho tiempo nos ha mantenido más ancladas a la muerte que aferradas a la vida.
Esto se consigue transitando el duelo y atravesando todas las emociones que surgen a lo largo de este proceso, que es una montaña rusa que no controlamos. Lo único que podemos hacer es experimentar lo más cómodo y lo más incómodo del proceso de duelo.
Entonces, ¿el paso del tiempo no es suficiente para transitar el duelo?
No, el tiempo no sana, lo que sana es lo que nosotros hacemos con ese tiempo. Lo único que consigue el tiempo es reducir la intensidad del dolor, pero no sana.
¿Qué hacemos si el animal ha fallecido solo, o ingresado en un hospital, y nos sentimos culpables por no haberlo podido acompañar en ese momento?
Todos queremos acompañarlos y que no estén solos en este último momento, pero es importante ser consciente de que es algo que no podemos controlar.
Si fallece solo, podemos sentir que le hemos fallado, pero ¿dónde quedan todos los años de amor, si solo nos fijamos en el momento de la muerte? Un solo momento no puede cambiar todos esos momentos de felicidad y de compartir que hemos vivido juntos.
¿Cuándo es recomendable que alguien se ponga en manos de un profesional?
Cualquier momento es bueno para pedir el acompañamiento de un profesional del duelo animal. En este sentido, no tenemos que esperar a que el duelo se estanque o se complique para pedir ayuda, ya que acudir a un profesional del duelo animal no quiere decir que lo estamos haciendo mal o que estamos enfermos, sino que hemos llegado a un punto de nuestra vida en que necesitamos que alguien que sepa sobre lo que estamos pasando camino con nosotras esa parte del camino.
Ahora bien, si la pérdida ha sido traumática y repentina, si sentimos que no avanzamos en nuestro proceso, si no tenemos una red de apoyo familiar y social que nos ayude a sostenernos en este momento si empezamos a tener ideación suicida o si tenemos psicopatologías previas a la pérdida (trastorno de ansiedad, depresión, etc) es muy recomendable ponerse en manos de un profesional del duelo desde el inicio e incluso desde antes de la pérdida, si es que hay una enfermedad o un proceso de vejez donde vemos que nuestro animal está en proceso de irse.
Algo que me gustaría recalcar aquí es que es importante acudir a profesionales cualificados en este ámbito. Yo, como psicóloga, puedo trabajar no sólo el duelo animal, sino todos los temas relacionados que saldrán con éste (que suelen ser varios) y detectar, si es necesario, complicaciones e intervenir sobre ellas. Haber vivido uno o varios duelos no nos hace expertos en duelo, hace falta toda una formación y una experiencia para poder acompañar con calidad, humildad y empatía en este duro proceso.
¿Qué servicios ofreces?
Actualmente realizo acompañamiento al duelo (animal o no) online y presencial, además de impartir talleres en colegios (duelo infantil), para profesionales del mundo animal (veterinarios, etólogos, MTC, terapias alternativas, comunicadores, doulas, etc) y talleres para gestionar y trabajar el duelo para cualquier persona que lo haya vivido o que quiera trabajar determinados aspectos de este proceso.
Para terminar, ¿podemos sacar algo positivo de la muerte?
La muerte no es nuestra enemiga, no viene a quitarnos nada. Yo concibo la muerte como la gran equilibradora… si no supiéramos que morimos, ¿cómo viviríamos? Nacer y morir son dos caras de una misma moneda llamada vida y, lo único que sabemos con certeza en el momento de venir a este mundo es que algún día nos iremos de él.
La muerte, cuando nos acercamos a ella desde el respeto y la curiosidad, nos enseña a valorar lo que tenemos, a disfrutar de los momentos, a vivir en presencia. Porque, aunque no queramos, todo es temporal, tarde o temprano tendremos que perder aquello que tanto amamos.
Cuando yo pierdo a algún ser querido vivo el duelo con la intensidad que toca y nunca es fácil, nunca es sin dolor. Pero, al haberme acercado a la muerte, soy capaz de estar más presente, con menos miedo, cuando mis seres queridos, incluidos mis animales, están aquí conmigo.
Si nos abrimos a ello, la muerte es una Maestra.
Esperamos, de corazón, que esto te haya sido útil.
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